EL 11 DE SEPTIEMBRE ALGO MÁS QUE DOLOR, IMPUNIDAD Y CRUELDAD.

EL 11 DE SEPTIEMBRE
ALGO MÁS QUE DOLOR, IMPUNIDAD Y CRUELDAD.
Reflejo de la voraz lucha por el poder omnímodo del capital sobre el hombre


“Superarán otros hombres el momento gris y amargo, donde la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor".








Hoy, 11 de septiembre del 2013; día de triste recordación, por la imposición de la muerte y el terror por parte del poder omnímodo del capital y del mesianismo delirante de quienes han ostentado la primera magistratura de la potencia del norte que parece haber sido erigida por las fuerzas del mal como el azote criminal que más asesinatos, ha cometido, dejando una huella profunda de  sangre y terrón en la humanidad, especialmente en el siglo anterior, y que  continúa entusiasta  en su empeño necrófilo.

Hoy, en la parte del mundo, en que nos encontramos, la gran prensa sensacionalista, que se alimenta de la miseria humana, en inicuo amparo al poder del dinero; recuerda con detalle la terrible tragedia que ocurrió cuando los aviones  secuestrados por  Al Qaeda, derribaron las torres gemelas, matando a miles de personas, sin embargo en todos estos reportajes solo se fundamenta la xenofobia, y se justifica el camino de violencia y sangre que ha elegido el imperio norteamericano, difícilmente se observará un texto analítico que profundice en las razones de estos actos criminales impulsados por ex agentes del brazo armado para el trabajo sucio del imperio.

Este manejo emocional que se da al recuerdo de esta tragedia, sirve para manipular en escuelas colegios la mente de niños y adolescentes, que aprenderán a ver a los distintos y específicamente a los habitantes del  Medio Oriente, como personas malas, asesinas, terroristas, y otras etiquetas que tanta ayudan a fomentar la conciencia belicista de los norteamericanos  y demás abyectos, para justificar la invasión a estos países, que se ha tornado en un continuo para los imperialistas, ante su necesidad de apoderarse de las inmensas reservas petrolíferas del Golfo Pérsico.


En este amplio despliegue publicitario de la prensa capitalista, no tiene espacio ni el recuerdo ni el análisis de otro crimen de la derecha capitalista imperial y latinoamericana, cometido hace cuarenta años, también un 11 de septiembre, en Chile, me  refiero al Golpe de Estado de 1973, para derrocar al único Presidente Socialista de Chile, Salvador Allende;  elegido según las reglas de la democracia burguesa, que concluyó con la muerte aún no esclarecida satisfactoriamente del entonces Presidente chileno, por la Unidad Socialista; y que marcara el comienzo de la sanguinaria dictadura de Augusto Pinochet, que segara  algunas decenas de miles de vidas chilenas en pleno contubernio del Imperio asesino que facilito sus recursos y alimentó estrategias terroristas sin escrúpulo alguno



Ojalá la conciencia de algunos maestros y maestras de esta parte del continente tengan la suficiente claridad para sustraerse a la propuesta masiva del imperialismo, y discutan e informen a sus estudiantes con mejores argumentos sobre los trágicos hechos hoy recordados, evidenciando sus causas y efectos, develando a sus protagonistas principales, no con la simple clasificación de sus actores entre malos y buenos sin más ni más.
Como un aporte al análisis de la vida y hechos del 11 de septiembre de 1973 en Chile, adjunto un artículo de  Mario Moros, un historiador Chileno, aparecido hoy en Rebelión; a fin de que refuerce sus conocimientos.

Fredy Torres A.
Septiembre 11 del 2013.
torresfrative@hotmail.com

RECORDAR A SALVADOR ALLENDE

La madrugada del 5 de septiembre de 1970 Salvador Allende salió al balcón del viejo caserón que la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh) tenía en la Alameda, frente a la Biblioteca Nacional. Con un modesto micrófono habló a las miles de personas que festejaban la victoria de la Unidad Popular en la principal arteria de Santiago, en una noche constelada que la izquierda había anhelado durante todo el siglo XX. Pronunció un discurso emocionante en el que rindió homenaje a la dura historia del movimiento popular, ensalzó el pluralismo de las fuerzas sociales y políticas que sustentaban su candidatura y prometió que sería leal a la confianza que el pueblo había depositado en él.
No había un lugar más simbólico para dirigir sus primeras palabras al país como futuro Presidente de Chile, porque su bautismo de fuego se produjo precisamente en la Universidad de Chile en la segunda mitad de los años 20, cuando llegó a Santiago para estudiar Medicina, tras cumplir el servicio militar de manera voluntaria. Elegido presidente del Centro de Alumnos de su Facultad, en 1931 participó activamente, como miembro del Grupo Avance (su primera experiencia militante), en las épicas luchas que condujeron a la caída de la dictadura del coronel Carlos Ibáñez y durante un breve periodo fue vicepresidente de la FECh. Un año después, tomó parte en la efímera República Socialista de junio de 1932, lo que le costó varias semanas de cárcel y ser procesado por una corte marcial. En el funeral de su padre, en septiembre de aquel año, prometió dedicar su vida a “la lucha social”.
Descendiente, por vía paterna, de una familia que tuvo un papel destacado en la lucha por la independencia nacional en los albores del siglo XIX y después en la pugna por la democratización del país desde las filas del Partido Radical y la masonería (con el ejemplo luminoso de su abuelo Ramón Allende Padín), hijo de un abogado que terminó sus días como notario de Valparaíso, Salvador Allende Gossens (Santiago de Chile, 26 de junio de 1908) asumió desde muy joven un compromiso social y político inusual en un muchacho de su clase social. Frente a la caricatura del pije Allende, siempre vestido de manera elegante, que tantas veces dibujaron sus adversarios (y algunos de sus compañeros), resplandece su temprana participación en talleres de alfabetización de las clases populares tanto en el Liceo Eduardo de la Barra del puerto como en la FECh y también su colaboración solidaria en consultorios médicos vinculados a los sindicatos anarquistas en Santiago (por la huella labrada en su conciencia por el carpintero libertario Juan Demarchi en 1922) y al Partido Socialista en Valparaíso.
1933 marcó el rubicón en su trayectoria al tomar parte en la fundación del Partido Socialista en Valparaíso. Su ascenso fue verdaderamente meteórico: secretario regional del PS desde 1935, vicepresidente del Frente Popular en Valparaíso desde 1936, elegido diputado en marzo de 1937, responsable local de la campaña presidencial de Pedro Aguirre Cerda que llevó al histórico triunfo del 25 de octubre de 1938 y subsecretario general del PS desde diciembre de este año. Y el 28 de septiembre de 1939 Aguirre Cerda le designó ministro de Salubridad cuando tan solo contaba con 31 años. Su trabajo durante dos años y medio al frente de esta importante responsabilidad muestra muy bien su personalidad política: su capacidad para diagnosticar los grandes problemas nacionales, explicarlos de manera pedagógica (como aquella exposición sobre la vivienda frente al aristocrático Club de la Unión, en la Alameda, en 1940) y señalar las soluciones legislativas y ejecutivas para corregirlos (como la emblemática reforma de la Ley 4.054 que suscribió el 11 de junio de 1941 y que terminaría alumbrando el Servicio Nacional de Salud en 1952).
También en los años 40 su trayectoria fue especialmente meritoria. Entre enero de 1943 y agosto de 1944, le correspondió ocupar (por única vez en su vida) la secretaría general del Partido Socialista, en un contexto muy influido por la II Guerra Mundial. En 1945, fue elegido senador por primera vez. En 1947 y 1948, se distanció del sector anticomunista del socialismo y criticó firmemente la persecución del Partido Comunista por el Gobierno de Gabriel González Videla, estigmatizado para siempre como traidor por Pablo Neruda en Canto general. Y cuando la mayor parte de sus compañeros apostó por la opción populista de Ibáñez para la contienda presidencial de 1952, supo reagrupar junto a los comunistas en el Frente del Pueblo a las fuerzas de izquierda que apostaron por un camino singular en el contexto de la guerra fría. Elegido candidato presidencial, Allende recorrió por primera vez todo el país, “de Arica a Magallanes” como acostumbraba a decir, con la dedicación y la fe de un misionero. Volodia Teitelboim, Jaime Suárez Bastidas o Carmen Lazo le acompañaron en la campaña de 1952 y dejaron sus testimonios de su tenacidad y su confianza en la posibilidad de transformar Chile a partir de la formación de un potente movimiento político y social.
En 1958, ya con el socialismo reunificado y la izquierda fortalecida en el Frente de Acción Popular (FRAP), quedó a 33.000 votos de La Moneda y fue el candidato más votado por el electorado masculino. Algunas irregularidades en el escrutinio y la inopinada aparición de un curioso personaje, el “cura de Catapilco”, le privaron de la victoria, que correspondió al derechista Jorge Alessandri.
En febrero de 1959, mientras se encontraba con su esposa, Hortensia Bussi, en Caracas para asistir a la toma de posesión de su amigo Rómulo Betancourt, decidió viajar a Cuba y allí conoció a los principales dirigentes de la Revolución que cambió la historia continental y endureció el clima de la guerra fría en América Latina por la respuesta de Washington. Amigo y compañero de Fidel Castro y de Ernesto Che Guevara, fue un firme defensor de la Cuba socialista.
En 1964, la batalla presidencial le enfrentó con un viejo amigo, el democratacristiano Eduardo Frei Montalva, pero también con la CIA y el Gobierno de Lyndon Johnson, que financió una increíble campaña de propaganda anticomunista que ya había dado resultado en Italia en 1948. Su tercera derrota no le indujo ni a moderar sus posiciones políticas, ni tampoco a aceptar el estruendoso proceso de radicalización (retórica) de su partido, con el Congreso de Chillán de 1967 como punto de partida.
Muy pronto advirtió de las limitaciones del programa reformista de la Democracia Cristiana y de la hipocresía de la “Revolución en Libertad”. La creación del MAPU por los dirigentes más consecuentes de la DC y la masacre de la Pampa Irigoin en 1969 le dieron la razón. La fundación de la Unidad Popular en octubre de aquel año reafirmó su correcto análisis político: por primera vez, junto con la izquierda marxista confluían fuerzas tradicionalmente centristas (Partido Radical), de inspiración cristiana (el MAPU) y otros sectores (API y PSD). La campaña para la batalla presidencial de 1970, con la explosión del movimiento muralista y de la Nueva Canción Chilena, la movilización de los trabajadores y de nuevos actores, como lospobladores, alumbró un inmenso movimiento popular que abrió las puertas de la Historia aquel inolvidable 4 de septiembre de 1970.
Después vinieron sesenta días de una tensión política extrema, en los que la derecha, el freísmo, el poder económico (con el emblemático viaje de Agustín Edwards, propietario de El Mercurio, a Washington el 14 de septiembre) y el Gobierno de Nixon, la ITT y la CIA conspiraron para impedir la investidura de Allende por el Congreso Pleno. Fracasaron porque la Democracia Cristiana estaba dirigida por su tendencia progresista y las Fuerzas Armadas encabezadas por un general ejemplar, René Schneider, asesinado por la ultraderecha y la CIA.
El 3 de noviembre, Salvador Allende se terció la banda presidencial y se inició uno de los procesos políticos que mayor esperanza despertaron en el siglo XX. Un periodo lleno de dificultades, también –obviamente- de errores de la Unidad Popular, pero en el que sobre todo brillan los inmensos logros del Gobierno presidido por Allende y del pueblo chileno: la nacionalización del cobre, la reforma agraria y la erradicación del latifundio, la creación del Área de Propiedad Social y la participación de los trabajadores, una política internacional no alineada y verdaderamente ejemplar, un proyecto cultural inigualado en la historia nacional (Quimantú, el Tren de la Cultura, el crecimiento y apertura a los obreros de la Universidad Técnica del Estado) y un programa de medidas sociales muy completo (con el medio litro de leche como expresión cotidiana de eso bello cartel creado por los artistas plásticos de la UP: “La felicidad de Chile empieza por sus niños”). Y sobre todo el desarrollo verdaderamente conmovedor de la conciencia revolucionaria del pueblo, su alegría y su permanente movilización en defensa del camino al socialismo “en democracia, pluralismo y libertad”.
Salvador Allende representa ante la humanidad aquel proyecto político, aquellos años inolvidables… incluso para quienes no los vivimos. Aquel tiempo de las cerezas, similar al cantado en la bella canción de la Comuna de París, un siglo antes.
Han transcurrido ya 40 años y Chile enfrenta grandes desafíos para conquistar una verdadera democracia. La huella dolorosa del cruento golpe de estado del 11 de septiembre de 1973 no desaparece de esta angosta y extensa franja encajada entre la cordillera andina y el imponente océano Pacífico. El reto es construir una nueva mayoría política nacional que aglutine a todas las fuerzas democráticas para superar el modelo neoliberal impuesto a sangre y fuego por la dictadura militar y avanzar hacia un país con más igualdad y justicia social. Una nueva Constitución, la renacionalización del cobre, la derogación de la legislación laboral pinochetista, el respeto al medio ambiente, el reconocimiento de los pueblos indígenas, el fin del lucro en la educación y la salud, una ley electoral justa… El horizonte democrático se ensancha hacia las Grandes Alamedas.
Y en este camino vivirá siempre la memoria de Salvador Allende. De aquel muchacho que conversaba y jugaba al ajedrez con el viejo Demarchi en su modesto taller de carpintería, del militante del Grupo Avance, del fundador del Partido Socialista, del médico con profunda vocación social, del masón orgulloso de sus antepasados, del diputado, ministro y senador, del candidato presidencial que unió a la izquierda y de aquel inmenso y hermoso movimiento popular que abrió con él las puertas de la Historia una noche constelada de septiembre de 1970.
Recordar a Allende exige ir más allá de la inmensa tragedia del 11 de septiembre de 1973 (y después), de su heroica muerte en La Moneda. Recordar a Allende es recorrer su apasionante trayectoria política y la historia de la izquierda chilena en el siglo XX. Recordar a Allende invita a pensar y recrear el socialismo en el siglo XXI.
- Mario Amorós, historiador y periodista, acaba de publicar, en Chile y España, Allende. La biografía (Ediciones B). http://www.edicionesb.com/catalogo/libro/allende-biografia_2844.HTML



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