Encuentro del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz con intelectuales e invitados a la XXI Feria Internacional del Libro
Cuba 2012, efectuado en el Palacio de Convenciones, el 10 de febrero de 2012,
«Año 54 de la Revolución»
INTERVENCIÓN DE Zuleica
Romay[i]
Comandante, hemos trabajado con estos y otros muchos amigos
en la Red En Defensa de la Humanidad, tanto en la movilización contra la
guerra, por la liberación de nuestros cinco compatriotas, por el apoyo a los
procesos de transformación que tienen lugar en nuestra región, como en la
denuncia de las causas del deterioro del medio ambiente y de los irracionales
hábitos de vida y de consumo que lo condicionan.
Estamos trabajando para revitalizar esta Red, que se creó
por iniciativa suya en el año 2003. Vamos a tener mañana un taller, en la Casa
del Alba, con Adolfo, Stella, Ignacio, Carmen, François, Santiago, Frabetti,
Chiqui, Marilia y otros amigos que han sido protagonistas de este empeño, para
presentar una nueva página web (www.especieenpeligro.org) surgida a propósito
del encuentro suyo, similar a este el año anterior. La página está todavía en
proceso de construcción, pero contiene ya mucha información, muy buenas
imágenes, artículos de opinión, entre los que se destacan sus reflexiones sobre
el tema; documentos de reuniones internacionales, videos, en fin, Comandante,
mucha información valiosa sobre estas cuestiones, que puede ser de gran
utilidad para la causa de la defensa de nuestro ecosistema y de la
imprescindible transformación de los modelos de consumo que el hombre ha
adquirido.
Solo durante este año, las editoriales cubanas han producido
16 títulos sobre estos temas, novedades editoriales concebidas para públicos
de todas las edades que serán presentadas en la Feria u ofrecerán sustento a
intercambios y paneles.
En el encuentro del año pasado identificamos el problema
principal a cuya solución han de contribuir el pensamiento social y las fuerzas
más progresistas de la humanidad: la sobrevivencia de la especie humana —una
especie en peligro, como alertó usted hace casi 20 años en la Cumbre de Río—,
batalla que resultaría estéril sin la preservación de las culturas, valores y
conocimientos creados por el hombre en toda su historia.
No nos referimos, por supuesto, a las habilidades y
saberes puestos en función de la dominación, el genocidio y la domesticación de
las personas, sino al saber humanístico y a la ciencia socialmente comprometida, esa que toma al
hombre como principio y fin de todos sus esfuerzos; a la ética y la solidaridad
como pilares de las relaciones humanas; a la defensa de la identidad cultural
de comunidades y pueblos; y a la relación armoniosa del hombre con la
naturaleza.
Los modelos de desarrollo de la sociedad capitalista han
entrado en crisis, y las consecuencias para la especie pueden ser
catastróficas. Al propio tiempo, la maquinaria mediática hace lo posible para
que esa crisis sistémica del capitalismo sea invisible para las mayorías. En
primer lugar, asolan al mundo una crisis tanto económica como financiera, otra
vez desatadas por el egoísmo y la arbitrariedad de las fuerzas del mercado. A
ellas se une la crisis ecológica, resultado de la acelerada deforestación de
las áreas boscosas del planeta, de la emisión indiscriminada de gases tóxicos
y la contaminación de los recursos acuáticos, entre otras calamidades.
La crisis energética ha sido provocada por el modo de
vida de los países más ricos, los cuales, anticipó usted el 7 de mar-zo de
2010, derrocharán, y cito: «[...] en 100 años más el resto del combustible
gaseoso, líquido y sólido que la naturaleza tardó 400 millones de años en
crear».1
Más adelante, el 19 de enero de 2011, usted alertó una
vez más sobre la crisis alimentaria, cuyas víctimas alcanzan ya la increíble
cifra de 1 000 millones de personas, y cito: «Las producciones de trigo, soya,
maíz, arroz y otros numerosos cereales y leguminosas que constituyen la base
alimentaria del mundo [...] están siendo afectadas seriamente por los cambios
climáticos, creando un gravísimo problema en el mundo».2
Los males en la economía tienen siempre un impacto social,
pero el alcance y profundidad de sus consecuencias negativas dependen de la
naturaleza de las relaciones que articulen a la sociedad. La historia de
Estados Unidos permite establecer conexiones directas entre la depresión
acaecida a finales del siglo xix y el auge de los linchamientos y ejecuciones
extrajudiciales, a expensas de indígenas, negros y otros desclasados. El
tristemente célebre Ku Klux Klan se fundó en Estados Unidos en medio del
resentimiento de los antiguos propietarios de esclavos durante la llamada
Reconstrucción, y la debacle económica iniciada en 1929 provocó el
recrudecimiento del racismo en ese país. También resulta fácil constatar en la
literatura referida al auge del nacionalsocialismo alemán, cómo el mesianismo
racista que catapultó a Adolfo Hitler al poder se alimentó del recelo y la
frustración social, exacerbados por la depresión económica de los años 30.
Las crisis económicas, con su negativa repercusión en la
producción y el consumo, precarizan la vida de los grupos sociales más
vulnerables; endurecen la competición entre los miembros de la sociedad por el
acceso a los recursos, servicios y políticas sociales; y sacan a flote
actitudes y sentimientos egoístas, puestos en función de preservar o
incrementar el bienestar hasta entonces disfrutado. En el ámbito internacional,
la fragilidad de las economías de no pocos estados facilita a los poderosos la
apropiación de los recursos naturales de esos países, la esclavización de las
capas populares, la cancelación de las conquistas sociales logradas por los
pueblos, y la imposición de los intereses de los más fuertes en organizaciones
e instituciones internacionales donde el principio «un país, un voto», sigue
siendo una utopía.
1 Fidel Castro Ruz: «Los peligros que nos amenazan», Reflexiones,
Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, Colección 2010, La Habana,
2010, p. 59.
2 Fidel Castro Ruz: «Es hora ya de hacer algo», Reflexiones,
Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, Colección 2011, La Habana,
2011, p. 53.— 14 —
El demagógico discurso de las grandes potencias de nuestra
época no logra ocultar la ideología fascista que reemerge, otorgando al Consejo
de Seguridad de la ONU el doble papel de fiscal y juez, que legitima
bombardeos, invasiones y conquistas territoriales de nuevo cuño.
La opresiva combinación de los poderes económico, ideológico
y militar de los imperios, auxiliados por el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional y la OTAN, entre otras instituciones emblemáticas del
imperialismo, pretende controlar a la mayoría laboriosa y pacífica, el 80 % de
la humanidad que tiene poco y cada día pierde más. Las consecuencias están a la
vista: parte de aquellos que el dominio imperial aún reconoce como estados,
son cada vez menos soberanos. Se trata de países con patrimonios menguados por
la rapacidad de las trasnacionales, cuyos gobiernos ven crecer, con
inocultable impotencia, el número de analfabetos, hambrientos, desempleados y
sin techo, en fin, de gente sin esperanza.
Paralelamente, los medios de difusión, cartelizados y al
servicio de una poco visible aunque omnipresente minoría, continúan su faena de
instauración de valores, códigos y símbolos pretendidamente universales. Hace
poco más de un siglo, cuando surgieron en Estados Unidos las primeras agencias
de publicidad, el sueño del capitalismo era estandarizar el consumo aunque
fuese a costa de distribuir productos cada vez más fútiles y caros. Lograda la
sacralización de la marca comercial y convertida ésta en una especie de
evangelio de la modernidad, la tarea del momento es homogeneizar las
percepciones de la realidad, las aspiraciones y metas personales, las opiniones
políticas y los criterios estéticos, en fin, el sentido de la vida.
Como en las previsibles tramas policiales donde el asesino
acecha dentro de la casa para masacrar a sus moradores, el mundo duerme,
todavía confiado, mientras guarda debajo de su cama armas más que suficientes
para causar su propia destrucción. Las 25 000 ojivas nucleares que amenazan
nuestro sueño, permanecen celosamente custodiadas en instalaciones militares de
solo ocho países. Basta un enfrentamiento entre dos de esas potencias para que
se haga realidad la pesadilla del Invierno Nuclear.
Se avizoran en el Medio Oriente nuevas guerras de conquista
y saqueo.
En África subsahariana, a la que los grandes medios
suelen recordar para referirse a enfrentamientos armados de presunto origen
étnico, poblaciones enteras están siendo exterminadas por enfermedades
curables y la esperanza de vida al nacer no rebasa los 48 años de edad. Del
combate contra la maquinaria genocida de Israel regresan a sus casas
diariamente los palestinos que los sionistas no han logrado exterminar.
También luchan por ganar 24 horas más de vida los niños
de la calle; los afroamericanos e inmigrantes latinos que purgan en el
corredor de la muerte desventajas sociales de origen; los homeless; las madres
y abuelas que persisten en la búsqueda de sus familiares desaparecidos; los
enfermos que añoran el trasplante que no pueden pagar; y muchos más, ciudadanos
de países presuntamente cultos y civilizados, que resisten el cerco impuesto a
sus conciencias por un amplio surtido de productos culturales que incentivan la
enajenación y la violencia.
La guerra nos amenaza a todos porque este mundo cada vez
más injusto e inseguro está siendo asediado por la única especie pensante que
lo habita. Tal como usted ha argumentado, Comandante, y cito: «La mayor
contradicción en nuestra época es, precisamente, la capacidad de la especie
para autodestruirse y su incapacidad para gobernarse».3
La Tierra es la casa de todos los hombres, mujeres y
niños que la pueblan. No tenemos derecho a legar a nuestros hijos paisajes sin
árboles que anuncian la lenta asfixia del planeta; terrenos baldíos donde la
búsqueda de agua forma parte de la lucha por la subsistencia y mueren cada día
5 000 personas por beber de fuentes contaminadas; zonas pesqueras agotadas por
ritmos de extracción que superan con creces los de la reproducción natural de
las especies; veranos crecientemente calurosos que alternan con inviernos cada
vez más crudos; y tierras bajas sepultadas por mares cuyo nivel no deja de
elevarse.
3 Fidel Castro Ruz: «Las locuras de nuestra época», Reflexiones,
Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, Colección 2010, La Habana,
2010, p. 90.— 16 —
No tenemos derecho a condenar a la desesperanza a los 2
000 millones de seres humanos que nacerán durante los próximos 40 años, bajo un
cielo empañado por millones de toneladas de gases contaminantes y un sol que
parezca menos luminoso cada día.
Tomado del libro:
Fidel Castro con los intelectuales “NUESTRO DEBER ES
LUCHAR”
Publicado en la Habana Cuba en febrero del 2012.
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