Los nadie entre los nadies. Crónica de los más nadies

 

Los nadie entre los nadies. 

Crónica de los más nadies

 

                      Playa Girón Oswaldo Guayasamín. La edad de la Ira 1990.


La mata de yerbaluisa se fue tornando gris, sus hojas resecas por el fuerte sol, sin quien les dé agüita todas las mañanas se fueron resquebrajando, de una en una iban cayendo, de pronto la otrora lozana mata de verde refulgente era un azaroso entrecruzado de hojas muertas sobre las cuales se apoyaban otras agonizantes. El clavel multicolor matizado de blanco, fucsia e intenso rojo, era  solo una vieja lata de sardina que colgaba de un clavo oxidado fijado en la pared sosteniendo un puñado de tierra del que pendían unas cuantas ramas del viejo clavel, víctima del abandono y la ausencia de la mano que cada mañana los pintaba de cariño, color y ternura. Más allá, la menta, los girasoles, los variables, el jazmín, las rosas, el ataco; todo envuelto en el manto del dolor que deja el abandono de quien se esmera en dar a sus plantas la vida, en cada cálido riego, en cada conversa, en cada arrullo, en cada trino de emoción que las flores devuelven con inmensa ternura a las prolijas manos que les ayudan a vivir.

Sí, pero ahora este jardín está muriendo, su espléndida belleza se apaga, como se apaga la hoguera cuando los caminantes se alejan, y es que la jardinera se tuvo que ir, quedita, silenciosa, con los pasos pesados de sus años ya crecidos, como una caracola llevando a cuestas sus penas, sus dolores y sus recuerdos de años mejores, de sueños rotos, y proyectos frustrados. No, no se fue, la obligaron a irse, a dejar su nido, olvidar su jardín donde sus manos añosas y arrugadas construyeron con tesón una explosión de color, de olor, de ternura y matices.

Debió irse, dejarlo todo porque simplemente no tenía dinero para intercambiar por unos metros cuadrados de tierra para vivir, tierra que cultivó, cuidó, amó limpió y abrazó como si fuera suya, pero no, no lo era y por eso la obligaron a irse.

Dejó ahí su vida, sus años mozos, retazos de su historia, pedazos de sus sueños enterrados en las entrañas de la tierra en la que se enraizó como el viejo matapalo. No, eso no importó, la vida cuenta solo en tanto y en cuanto tengas conque pagarla. Esta tierra hermosa, que es de todos, dice, madre cariñosa que acoge a todos con igual pasión. No, no es cierto, el hombre ha hecho de la tierra, de la vida y su entorno una mercancía con valor de cambio, y de esta tierra que es de todos, muchos no tenemos ni siquiera un puñado, porque otros pocos, la tienen toda y son suyos los cerros, las montañas, los valles, los ríos, las laderas, las ciudades, las calles y las plazas, o al menos de eso están convencidos.

Aun cuando muchos sean solo pequeños propietarios, don nadies, junto a otros que si son alguien por su valor de cambio; se tornan frente a otros que son aún menos nadie devoradores de sus carnes esquilmadas y de sus vidas remendadas con retazos de batallas perdidas. Son verdugos feroces que defienden a dentellada limpia la mansión monstruosa de sus propios verdugos, a quienes admiran y en el aquelarre noctambulo en que subsisten acicateados por la avaricia, en pulsiones urgentes por igualarse a sus torturadores desgarran sin piedad los sueños y la vida de los menos nadie.



Imagen tomada de Artstatión
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Es la historia de Rosita, pero da igual, podría ser de María, Juana, Manuela, Jesús, Carmen, etc.  A la final son las mismas y los mismos, los mismos rostros, los mismos sueños, los mismos  desaliñados cabellos, la misma angustia, similares recuerdos, iguales frustraciones, desheredados, desalojados, expulsados, desempleados, traicionados, estigmatizados, juzgados, acusados, despojados de todo; hasta de su dignidad, de su honra y de las pocas luces que suelen iluminar la vida de los grupos sociales más vulnerables; los nombres cambian, las historias no. Pero están ahí, se arrastran por la vida, queditos, silenciosos, son invisibles aun cuando están ante nuestros ojos. Su vida, su dolor, su carencia, su ausencia, no se percibe aun cuando en una mañana luminosa los saludes como un acto de buena vecindad.

Ellos, los nadie entre los nadies, que casi nadie nota cuando vienen al mundo y que transcurren su vida bajo un manto opaco de hipocresía social, que finge no verlos no conocerlos y con quienes no conviene construir amistad, se van igual de silencios, cubiertos por la neblina de la ausencia de recursos económicos para intercambiar por un poco de reconocimiento, por algo de ternura que les valga un nombre, aunque sea en el grupo de los vecinos, de los nadie.

Ellos, aquellas que no son percibidos por su entorno como vecinos de sus estrechos círculos de nadies, porque perjudican su petulante visión de éxito, bondad y caridad, ocultan bajo la alfombra de la indiferencia a estos seres humanos que no pueden aportar a su tambaleante estatus social de don nadies que se adhieren con angustia a las reatas que sus amos les lanzan, llámense religión, posición social, cultura, ……. Pero eso sí, aún sin verlos ni sentirlos como humanos y vecinos, son pasto de la religión, las normas sociales, los noticieros de televisión, el futbol, el trago barato y por supuesto del proselitismo político, entonces los notan, entonces son ciudadanos para que vayan a las urnas a apoyar a sus peores verdugos, que les han hecho creer que son sus salvadores, para que consuman su religión, su fe, sus noticieros, su alcohol empobrecido, para pobres muy pobres, sus drogas modificadas para abaratarlas aunque sean mucho más mortales o dañinas,  sus ideas preñadas de inequidad, odio, discriminación, racismo, aporofobia, en apoteosis del sistema responsable de estos subsuelos sociales.

Hoy, se fue en mi vecindario un nadie de entre los nadies, tal vez todos los vecinos lo supieron, pero todos fingieron no saber, nadie lloró, no hubo crespones, ni cánticos de Juan XXII, todos dieron la espalda y continuaron en sus importantísimos quehaceres cotidianos, no escuché las oraciones tan frecuentes cuando el muertito es un nadie de importancia, ni siquiera en los corrillos su muerte se comentó. Mañana estará sepultado en algún rincón de su tierra natal, donde poco a poco será devorado por la tierra como continuidad perenne de la madre naturaleza y una gruesa capa de olvido cubrirá su historia como la de tantos otros. Su tierna hija huérfana y su joven viuda continuaran en la batalla de la supervivencia hasta que sus vidas se marchiten y se apaguen, queditas, silenciosas, imperceptibles como las de sus ancestros.


Esta es la historia de un vecindario cualquiera, en esta pequeña ciudad de Dios, de buenos cristianos, de personas cultas, convencidos demócratas. Hombres y mujeres de buenas costumbres, solidarios, pacíficos y fervientes seguidores de la fé católica, de calles cubiertas de carros de alta gama, que los parquean en cualquier bocacalles, o sobre la acera, a la entrada de una vivienda humilde, donde la ley y orden prevalecen en estricto rigor a la capacidad de pago de quien las demanda, donde los conceptos de justicia, interés social y bien común, no tienen nada de común excepto si se los compara con lo social y lo común de los grupos directamente beneficiados con tales reglas y acciones.

Una ciudad, pequeña, pero igual que otras, diseñada a escala donde los derechos humanos como ideal pertenecen a todos los humanos, pero en la práctica son solo de ciertos humanos, dónde la vida con dignidad es tan relativa, como lo bueno y lo malo depende del cristal con que se mire y del ojo que juzgue.

Un vecindario regazo de solidaridad, justicia y equidad, de mañanas frías, tardes soleadas, se escucha la misita a todo volumen en la madrugada, en la mañana, al medio día y en la tarde, se sazona con los noticieros de Ecuarisa, y Teleamazonas, y de postre los noticieros locales, que como acto cívico de bien colectivo se los sintoniza a alto volumen para que todos los vecinos se nutran de tan importantes informaciones y sabias opiniones desde luego, por el bien común. No faltaba más.

 

Que igualito, que igualitos son los vecindarios de estas y las otras ciudades.

 

Julio 4 del 2022.

Fredy Torres Acaro.

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